11.5.18

No sabemos nada de los “otros” y nadie sabe nada de nosotros.

NOS FALTA COMUNICACIÓN A LOS SERES HUMANOS
Y cuando digo comunicación, me refiero a comunicación de la buena, la que va de corazón a corazón, en la que las personas son más importantes que las cosas.

Algo no estamos haciendo bien, algo se nos escapa cuando en plena era de la comunicación, es cuando más aislados estamos del mundo que nos rodea e incluso de nosotros mismos.

La gran mayoría tiene internet, móvil, tablet. Pero no nos engañemos para muchas personas, para la mayoría, para los importantes, para los que no lo son, para gran parte de la propia familia, para los vecinos e incluso para los que llamamos amigos, somos invisibles.

Es muy penoso pero los demás no nos ven, bien es cierto que en numerosas ocasiones, nosotros no nos dejamos ver o tampoco vemos.

Es una especie de círculo infinito y cerrado en el que reclamamos afecto, contacto y compañía pero no hacemos nada por cuidarlo, reclamarlo, motivarlo o abonarlo.


Hoy se nos marca un ritmo demasiado rápido, en donde pararse a charlar con el vecino/a, con los que coincidimos en el supermercado, para conocernos mejor, no es posible, siempre tenemos prisa para seguir haciendo más cosas.

Por eso nos perdemos de conocer a personas que pueden ser y seguro serán fantásticas, que están a la vuelta de tu vida diaria, que oyes su voz, sientes sus pasos y vislumbras sus movimientos pero no conoces su vida, sus sentimientos, sus dolencias o sus bondades.

Es algo parecido a lo que pasa con el amor. ¿Quién nos dice que el “amor de tu vida” no está a tu lado? Cerca, pegando, encontrándote a diario o saludándote frecuentemente. 

No sabemos nada de los “otros” y nadie sabe nada de nosotros.

En realidad, vivimos aislados. Plantas de edificios enteros donde la gente entra y sale del ascensor y mete la llave en su puerta rápidamente, pero que no conocemos en absoluto y que no hacemos nada porque así sea.

No sabemos si nos necesitan o si nosotros podemos necesitarlos a ellos. Es todo como un imposible. Vivimos, pase lo que pase, dentro de nuestra burbuja. Cerramos la puerta y echamos la llave. Allí terminó todo para los demás y empezó todo para nosotros. 

Tal vez con la frase “de puertas para adentro” justificamos, la soledad, la angustia, el dolor, la impotencia, los malos tratos o la felicidad y la plenitud. De cualquier forma, placeres y sufrimientos solitarios porque lo que sí se nos da muy bien es ponernos una sonrisa al salir de casa y saludar, brevemente, al vecino para irnos más deprisa.

Estoy en un momento de mi vida, en el que me paro a observar y a observarme. No se pueden hacer ni idea de lo mucho que se aprende del silencio y de la mirada que ve más allá de las apariencias.

Estoy convencido y la evidencia así lo demuestra, con el paso del tiempo, de que nos perdemos muchas cosas buenas de los otros y ellos las nuestras. 

Estamos demasiado empeñados en que todo parezca perfecto, en que “no pase nada”, en que “todo esté bien”… en definitiva, en que nadie conozca lo que nuestro corazón sufre o las alegrías que nos impulsan a seguir. Disfrazándolo de una falsa protección de nuestra intimidad. 

Probemos a fijarnos más, a tender más la mano, a mirar a los ojos mientras nos saludamos. Seguro que iremos un poco más allá del saludo rutinario y huidizo.

Seguro que nos invadirá una sensación más plena cuando el “otro” nos devuelva lo mismo. Estamos demasiado solos en compañía y sin duda esa es la peor de las soledades.

Anímense… aunque no se lo crean, intentarlo es gratis.



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