17.4.13

Solo cuando uno acepta la realidad y la vive con los ojos bien abiertos, es capaz de soñar de verdad y de convertir esos sueños en realidad!


¿TE ATREVES A VIVIR…O SOLO A SOÑAR?

Hay gente que vive y no sueña. Hay otros, en cambio, que solo saben soñar. Pero también los hay que tienen el valor de vivir su sueño, haciéndolo cada día realidad!

Durante muchos años en mi vida pensaba que soñar era suficiente, que había que tener valor para soñar y que con eso bastaba para vivir la vida de una manera especial. Pero ahora me doy cuenta de que todo lo que vivimos y aprendemos en esta vida es para ser capaces de hacer de nuestro sueño una realidad! Soñar es quizás demasiado fácil, para escapar de esa realidad que muchas veces nos cuesta aceptar. Soñar nos permite huir de esa realidad y nos recuerda esa otra realidad que deseamos vivir. A eso le llamo soñar con los ojos cerrados, pues se basa en evadirse de la realidad!

Resignarse a la pura realidad sin soñar es la mejor manera de vivir a medias. Vivir la vida y soñar de vez en cuando es no vivir, morir cada día un poco, ante la incapacidad de hacer realidad nuestros sueños. Solo soñar y no vivir la vida soñada es conocer lo que uno desea, sin atreverse a convertirlo en realidad!

Pero, con la edad, uno aprende que soñar es vivir con los ojos cerrados a la realidad. Y que el amor y la felicidad que todos buscamos solo pueden existir en la realidad. Por tanto cerrar los ojos para solo soñar nos priva de ese amor y esa felicidad que todos buscamos. Solo cuando uno acepta la realidad y la vive con los ojos bien abiertos, es capaz de soñar de verdad y de convertir esos sueños en realidad!


Yo hace no demasiado tiempo que aprendí a vivir y soñar con los ojos bien abiertos! Es más, ahora podría afirmar que no sé vivir de otra manera. Cuando abro bien mis ojos y me fijo en las cosas sencillas y auténticas que hay a mi alrededor, vivo la vida que siempre había soñado para mí! Y es que soñar -me doy cuenta ahora- no es más que vivir la misma vida de siempre pero con pleno sentido! Y, sorprendentemente, la vida vivida así no difiere mucho de la que había soñado siempre! No son dos vidas diferentes ni paralelas, sino una manera especial de vivir, confiando en que esos sueños que siempre he tenido se conviertan día a día en realidad.

Fíjate si no en cómo sueñan los niños y, a la vez, cómo viven su mundo como una fantasía. En el mundo infantil todos somos personajes de un cuento de hadas, con príncipes y princesas, con dragones a los que vencer! Hay, como en nuestro mundo real de adultos, luces y sombras, el bien y el mal que acechan incesantemente… aunque para los niños siempre vence el bien. Seguramente porque confían más en la vida que nosotros los mayores. Seguramente porque la ausencia de pasado y de malas experiencias les permite confiar en la vida y lo que ésta traerá! Siempre -según los niños, claro- hay un final feliz!

Pero, con el paso de los años, incorporamos un pasado a nuestra vida que nos lastra y condiciona lo que pensamos, sentimos y hacemos en nuestro día a día! Y eso precisamente es lo que nos impide volver a confiar en la propia vida y, por tanto, esperar un final feliz! Es como si cada momento difícil, cada circunstancia adversa ratificaran nuestra percepción de que todo eso está ahí para impedir la felicidad, que ya solo la entendemos como parte de esos sueños inalcanzables que renunciamos a hacer realidad! Y así, de mayores, muchos viven dos vidas paralelas: una, la realidad y otra, lo solo soñado! Son dos mundos que no se encuentran ni se encontrarán nunca! Abrir o cerrar los ojos nos permite vivir uno u otro mundo, sin más!

Esa vida alternando esos dos mundos alternativos y excluyentes entre sí conforman nuestra vida dual. Nos invita a pensar que todo tiene que ser bueno o malo, blanco o negro, aceptable o inaceptable… sin pararnos a pensar que el mundo real que nos rodea no es necesariamente dual! Las cosas que vivimos no son blanco o negro, ni bueno ni malo, ni aceptable ni inaceptable…es la realidad de nuestra vida, nada más! Y es en esa misma e integrada realidad y según el sentido que le demos a lo que vivimos en ella, lo que nos permite aceptar que los opuestos no se excluyen, sino que se complementan. Que existe la luz porque existe la sombra; que existe la bondad porque existe la maldad; que existe la felicidad precisamente porque también existe la infelicidad! Y que ambos extremos son igualmente necesarios, pues cada uno de ellos contiene a su presunto contrario!

Integrar lo bueno y malo, lo aceptable y lo no aceptable, la felicidad y la infelicidad es dejar de juzgar, es aceptar en toda su dimensión la realidad! Claro que nos han enseñado a juzgar… e incluso a juzgar qué queremos y qué no en nuestra vida, lo que hace que solo aceptemos y vivamos una realidad a medias, lo que creemos nos conviene más! Y la vida no nos da más que lo que ella entiende que necesitamos vivir! Y, a cambio, solo nos pide que tengamos confianza en ella, pues nos trae lo que necesitamos en cada oportuno momento… aunque muchas veces nos cueste entenderlo! Solo el tiempo nos permitirá vivir el sentido de cada cosa que vivimos y valorar el momento preciso en que llega!

Cuando, además, te das cuenta de que como es dentro es fuera, entiendes que esa presunta dualidad también existe en nuestro interior, al igual que a nuestro alrededor. Y que es la libertad el don que nos permite elegir lo que queremos vivir. Porque en nuestro interior hay mente y corazón, luces y sombras, felicidad e infelicidad, a partes iguales! Pero cada uno de nosotros tiene el poder de vivir lo que desea vivir, aunque no siempre seamos conscientes de ello…. Pero también es verdad que a veces para vivir lo que deseamos y soñamos antes debamos saber y, por qué no, sufrir qué no deseamos. En otras palabras, para llegar a la felicidad antes debemos conocer y sufrir la infelicidad! El ser humano y la vida misma son así…

A veces pienso que ha sido largo mi camino para llegar hasta aquí! Para saber amar y ser feliz, he debido vivir demasiado desamor e infelicidad! Seguramente porque equivoqué mi búsqueda, esperando encontrarlos fuera, a mi alrededor y en manos de alguien ajeno que llegó a mi vida en algún momento y me deslumbró. Pero, aunque tardé en verlo, al fin entendí que el amor y la felicidad ya estaban desde siempre en mi interior, que solo debía ser capaz de abrir mi corazón para dejarlos salir… e impregnar todo lo que me rodeaba! Ese mismo día comprendí que, lo que hasta entonces habían sido debilidades y sombras, podían precisamente llegar a ser mis verdaderas fortalezas y luces, pues salían de mi interior…y por tanto no dependían de las circunstancias de mi alrededor! ¿No es eso realmente la libertad de vivir desde dentro, sin que importe lo que hay a mi alrededor? ¿No es la felicidad acaso la capacidad de integrar y aceptar la plena realidad, eligiendo la opción que queremos vivir?

Soñar, entonces, se hace con los ojos bien abiertos, porque ya ves el mundo con los ojos del corazón! Todo forma parte de mí mismo y yo soy quien decido libremente qué siento y qué vivo en cada momento! Lo de fuera no es más que la proyección de lo que tengo dentro de mí: Si siento amor, lo que hay fuera también es amor; si siento miedo en mi interior, cualquier circunstancia será la proyección de mi miedo interior. Es entonces cuando descubres que hay un mundo real, que no es más que lo que yo tengo en mi interior… proyectado en mi exterior!

Así, el mundo cotidiano que vivimos no es más que una sucesión de momentos en que personas y circunstancias nos muestran qué albergamos en nuestro interior. De esa manera nos damos cuenta de todo ese lastre que, desde dentro, condiciona nuestra vida, permitiéndonos o no vivir lo que deseamos…o soñamos alguna vez! Cuando aparece el amor frente a nosotros, es que tenemos amor en nuestro interior para compartir; cuando aparece el temor, es que el miedo en nuestro interior invade nuestra vida. Solo viviendo lo que aparece y reconociéndolo como propio, aprendemos lo necesario para vivir…mejor!
Y mejor, en este ámbito, no es más que no resignarse ante la cruda realidad que nos envuelve, sino vivir lo que siempre habíamos deseado -o soñado- para nuestra vida.

Escrito por Miguel Benavent de B. 

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